Nací bajo el nombre de Pamela, en una familia puertomontina donde el tejido era sólo una de las artes que se practicaban en mi hogar, puesto que crecí rodeada de bordados, pinturas, costuras, palillos, lanas y teñidos.
Mi fascinación siempre se inclinó más hacia el tejido a palillo, porque a mi corta edad presenciaba como nacían patrones y diseños sin mayor esfuerzo por parte de mis abuelas, mujeres que jamás necesitaron anotar nada, que creaban desde la imaginación más pura cientos de prendas para mí.
Gracias a mis abuelas comencé a temprana edad a crear, pero la vida me llevó durante varios años por otros caminos, siendo la universidad y luego el trabajo lo que me hizo dejar de lado por mucho tiempo esta casi “tradición familiar”.
Tejer como terapia
La “Madeja Sureña” nació por total casualidad, ya que una de mis abuelas fue de visita a casa de mis padres y llegó con unos ovillos recién hilados por ella que eran simplemente sublimes, y fue ahí donde tomé los palillos nuevamente con total desesperanza de recordar aunque sea un ápice sobre técnicas. Al comenzar a tejer sentí una sensación de calma absoluta, lo que me hizo darme cuenta que seguir ejerciendo mi profesión no era más que un estrés constante, algo que no quería seguir sintiendo. Fue ahí donde empecé a tejer por terapia y diversión, creando sólo para regalar, hasta que me mudé a Chillán por temas laborales.
Hasta ahora me siento afortunada de poder “trabajar sin trabajar”, de crear y vivir de mi imaginación, pues al ver las sonrisas que mi trabajo produce, ello me indica que tomé el camino correcto.
La Madeja Sureña.
Un día fui a comprar lanas a una pequeña tienda de la ciudad y llevaba puesta una bufanda creada por mí, y la dueña me pregunta “¿la hiciste tú?, ¿qué palillo usaste?». Al comenzar a explicar cómo la había tejido, noté que las señoras se comenzaron a acercar para escuchar dicha conversación. Entre esas señoras estaba la dueña de una boutique, quien comenzó a encargarme tejidos para su tienda. Ahí me di cuenta que de mi pasión podía crear un emprendimiento que no sólo me llenara mi alma, sino que la de mis clientes, quienes con entusiasmo eligen sus colores y puntadas.
Hasta ahora me siento afortunada de poder “trabajar sin trabajar”, de crear y vivir de mi imaginación, pues al ver las sonrisas que mi trabajo produce, me indica que tomé el camino correcto.